Margot Tudela
Maternar Migrando ¿y mi tribu?
Casi desde que existe la humanidad, el vivir en colectividad se ha hecho presente, la organización de las “tribus” antiguas consistía en la división de las tareas entre las personas que se encontraban y así las generaciones fueron formándose y apoyándose en situaciones como la caza, recolección, la alimentación y por supuesto el cuidado de y hacia cada uno de los que estaba en el grupo.
De esta manera las situaciones como el convertirse en madre y por supuesto el nacimiento de nuevas personas también estuvo en estas tareas por parte del colectivo de ahí viene el proverbio africano “para educar a un niño hace falta la tribu entera”, ya que la tarea de maternar y paternar no es solo responsabilidad de una persona ya que los niños y las niñas crecen rodeados de elementos sociales, símbolos, creencias y tradiciones.
Pero que pasa en estos tiempos donde la forma de vida “moderna” obliga a muchas personas no solo salir de su lugar de origen o de su grupo de apoyo, también por la misma naturaleza de la migración las concepciones sociales y los nexos con otras personas van cambiando. Este es el caso de muchas mujeres que, como yo, migramos a otros países, que vamos viajando con maletas no solo llenas de objetos, también de todos estos elementos sociales que conforman lo que somos, pero que muchas veces -si no es que la mayoría- no cruzamos las fronteras con nuestras familias o redes de apoyo y que al convertirnos en madre esta falta de se hace más notoria.
Si bien yo siempre he sido una persona independiente y al migrar no corte lazos con “mi tribu”, al convertirme en madre me encontré en una vulnerabilidad que ni siquiera sabía que podía existir, la soledad de llevar la carga mental y física de cuidar a un recién nacido -se tenga pareja o no- el despersonalizarse y muchas veces olvidar el cuidado propio en “pro” del nuevo individuo que depende de nosotras al 100% para sobrevivir, más el cansancio, el desconocimiento de “lo que viene” y como en mi caso el vivir en sociedades “frías”, incrementa el sentimiento de soledad, impotencia, cansancio e incluso la culpa de no estar haciéndolo bien.
Y no me mal entiendan, la mayoría de las mujeres migrantes que se han convertido en madres no corta relación con las personas de su lugar de origen como familia y amigas y que gracias a la tecnología es posible estar conectadas con ellos por medio de llamadas, mensajes, video etc., pero a veces se necesita ese contacto humano, el ver a alguien cara a cara y tal vez decirnos algo que ya sabemos cómo que lo estamos haciendo bien, y que elementos como el romantizar la maternidad y tratar de ser perfectas solo aísla más por el miedo a ser juzgada por otros.
Entonces ¿qué hacer?, ¿quedarnos en la idea que perdimos a nuestra tribu y resignarnos? O ¿crear nuevas redes y configurar nuestras tribus?, para mí la primer idea parecía ser la única opción entre estos sentimientos de impotencia, culpa y que a veces estamos en una sociedad individualista y que en la que no todos “se echan la mano”, pero por fortuna al abrazar mi soledad y reconocer que aquello que sentía era válido y tenía una razón de ser, la idea de crear nuevas conexiones cada vez parecía la mas viable, y así comencé a buscar espacios en donde hablar, informarme de cosas básicas como las vacunas de mi bebé, los cafés donde podría entrar con una carriola o donde podía hacer ejercicio y que al mismo tiempo pudiera cuidar a mi hija.
Y como si me colocara unos lentes de aumento por primera vez, empecé a ver espacios donde podría crear conexiones, crear redes y porque no hablar de nuevas “tribus”, comencé a ir a círculos de mujeres, espacios de juego o a platicar con las mamás que encontraba en el servicio médico y entonces me di cuenta que muchas de nosotras pasamos por cosas similares, por sentimientos parecidos, pero aún faltaba algo, yo vengo de México, un país donde el convertirte en madre es un momento en el que te acompañan las mujeres de tu familia -incluso si no están vivas lo hacen simbólicamente- y que a veces puedes encontrar contacto humano incluso con una persona en la parada del autobús.
Buscando este contacto humano, principalmente con mujeres que tuvieran elementos similares a mi país, encontré un par de espacios donde las mujeres en su mayoría latinoamericanas quieren crear también estas otras tribus, que, si bien no están conectadas por sangre, familiaridad o espacio físico similar, las une esta búsqueda de apoyo y al mismo tiempo esta necesidad de ayudar a quien lo necesite.
Así, buscando, caminando, creando puentes conocí a Ma.mi lab, un colectivo -en donde estas leyendo esto- conformado en su mayoría por mujeres migrantes que se convirtieron en madres y que siguen maternando en espacios diferentes, con idiomas distintos, costumbres desiguales y que muchas veces están -o estamos- en situaciones de vulnerabilidad en las que no estaríamos en nuestros lugares de orígenes, pero que por medio de la residencia hemos llegado a ver que si ayudamos a una, nos ayudamos a todas.
Bienvenidas a este nuevo espacio en el que podremos leer y poner por escrito experiencias, sentimientos, hechos y por que no hacer ciencia, y que está a la mano de la que lo necesite.